FACULTAD DE
CIENCIAS POLÍTICAS Y
ADMINISTRATIVAS
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KAIRÓS, REVISTA DE
CIENCIAS ECONÓMICAS, JURÍDICAS Y ADMINISTRATIVAS
Conviene, a estas alturas, traer a colación otro concepto: la agenda pública. Esta se toma por el conjunto de temas que
en un contexto determinado se consideran prioritarios para el funcionamiento y la organización de un país. La agenda
pública se puede integrar por un número indeterminado de temas, pero la capacidad de las sociedades para procesarlos
es limitada; en consecuencia, los componentes que la integran suelen ser dos o tres. La disputa por la atención colectiva
supone un proceso que en inglés llaman agenda setting (Protess y Mc Combs,1991) que no es otra cosa que la capacidad de
determinar que un tema es de interés nacional y, en consecuencia, merece un escrutinio colectivo cotidiano y sistemático.
No es cuestión de profundizar tampoco en estas páginas en la forma en que se integra la agenda pública y los actores
que pugnan para articularla. Baste, para proseguir con nuestra argumentación, con el reconocimiento de que, si en el
modelo clásico de nales del siglo XX, de una democracia deliberativa, el gobierno, los partidos políticos y los medios
de comunicación tenían un papel protagónico, hoy la nueva realidad tecnológica ha venido a trastocar este supuesto. El
gobierno conserva una enorme capacidad de jar temas en la agenda pública a través de los mecanismos tradicionales o
la (seguida por millones) cuenta de Twitter de Trump. Las fuerzas políticas tradicionales conservan también mil canales
para subir a la atención nacional los asuntos que consideren apropiados. Ahora bien, lo que es palmario y visible en los
Estados Unidos y en muchos otros países, es que la nueva realidad tecnológica ha quitado a los medios tradicionales
la función heliocéntrica que antes tenían, para convertirlos en un planeta más. No cabe duda de que son los planetas
mayores, particularmente la televisión, la radio y la llamada prensa seria, pero hoy conviven con plataformas como
Facebook, Twitter o Instagram que son accesibles a todos y que pueden formar redes con independencia de los grandes
canales tradicionales y hacer circular información, en múltiples sentidos, provocando una atomización de la agenda,
fenómeno de creciente interés entre los estudiosos de la comunicación.
La atomización de la agenda pública es una consecuencia directa de esta nueva realidad en la que los distintos intereses
de una sociedad plural encuentran un camino de expresión directo y ampliamente satisfactorio. Todo ciudadano, con
un dispositivo con acceso a Internet y una cámara, puede subir contenidos a la red. Por supuesto, algunos correrán
con mayor o menor aceptación por parte de otros participantes de la red y eso le dará, a esos contenidos, una forma de
validación muy diferente a la de los medios de comunicación tradicionales. En los nuevos canales, el número de likes,
corazones de aceptación, muestras de aprobación por reproducciones de comentarios, tweets o videos, se convierte
en un elemento más importante que el escrúpulo tradicional de los medios de divulgar información atractiva, pero
siempre cuidando la línea general de lo que se llama el rigor periodístico. Es evidente que las fronteras de dicho rigor
no son rígidas, pero en términos generales, puede decirse que en los medios tradicionales la vericación de fuentes y la
verosimilitud de la historia que se presenta a las audiencias se da por supuesta, porque el sello editorial lo respalda
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. En
los nuevos medios, como veremos más adelante, puede publicarse cualquier cosa sin que nadie se haga responsable del
contenido.
En las redes sociales toda opinión puede expresarse sin ninguna consecuencia. Casi cualquier comentario racista o
peyorativo puede integrarse a la pared del Facebook. Prácticamente cualquier usuario de Twitter puede arrojar insultos
y descalicaciones con pocas cortapisas a sus adversarios. Si en el modelo tradicional la deliberación pública tenía como
límite el respeto a los valores constitucionales, en el periodismo tradicional la búsqueda de la verdad era la estrella
polar, en las redes sociales lo que menos importa es el rigor y casi cualquier contenido puede ser subido a la red sin
que, hasta el momento, se haya encontrado ningún mecanismo para distinguir lo que es una historia verdadera o un
dato incontrastable, de aquello que es mentira o números sin ninguna solidez metodológica. En la red se puede decir lo
que uno quiera sin que haya mecanismos correctivos ni responsabilidad asignada a una casa editorial o a una cadena
televisiva. Es un mercado en el que igual da el gato que la liebre. Trump hizo campaña con el Twitter y, desde esa red,
desaó el conocimiento convencional de la elite republicana y conectó con un electorado radicalizado que no había
aceptado con todas sus consecuencias el triunfo de un presidente afroamericano, Barak Obama, en 2008 y los efectos
devastadores de la crisis y la nueva revolución tecnológica.
De esta forma, el ciudadano contemporáneo y particularmente los más jóvenes, se encuentran con una digitalización
de la conversación pública que circula sin demasiados controles de veracidad en un universo que ha dado en llamarse
multimedia, que no es otra cosa que contenido noticioso que circula por varios soportes de comunicación combinados
(texto, foto, o video) y se distribuye por distintos canales. Se perla como tendencia general que la imagen predomine,
como lo advirtió Sartori en el célebre ensayo sobre el homo videns (Sartori, 1998 y 2003). Las imágenes se canalizan mejor
En su número del 3 de abril del 2017 la revista TIME sugería en su portada una polémica pregunta: Is truth dead?
Kairós, Vol. (4) No. 6, pp. 19-36, Enero - Junio 2021, Universidad Nacional de Chimborazo, Riobamba-Ecuador - ISSN No. 2631-2743
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